


Pero ella no se quiere quedar. La reina de la tundra no se resigna a este mosaico de lentas derrotas. Ella quisiera calzar sus piernas enfermas en unas botas rojas como aquellas de las que aún guarda el recuerdo y echarse a andar hasta allá donde el mundo se pierde al norte. Porque mientras la mayoría ya no sueña con nada para esta vida, Marina lee y recuerda lo leído, por eso quién sabe si algún día ella cruce una puerta de hierro y nos volvamos a encontrar.
Cuídate mucho, puedes decirle al despedirte, y ella te mira como si quisiera regalarte el mundo por una frase amable. Hay un escritor ruso que se suicidó antes de acabar, quién sabe, muriéndose de frío y hambre en la tundra. Una enorme fascinación por Rusia une a Marina y al joven fotógrafo que aquí la retrata. Por eso yo dejaré que sea Mayakovsky hablando de sus años en la cárcel quien explique:
Quien ve todos los días el sol se enorgullece:
"¿Qué valen estos rayos?", dicen.
Yo
Por un reflejo
amarillo en el muro
hubiera dado entonces todo el mundo.
Atrás queda Marina, rodeada de humo de tabaco y nostalgia. Buscando todavía sus botas rojas, mirando los rayos amarillos reflejados más allá de la simple cortesía.